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La responsabilidad afectiva en una relación de pandemia

La primera vez que escuché el término “responsabilidad afectiva” fue por una amiga que vive en Barcelona. Fue hace poco menos de un mes, cuando conversábamos y nos contábamos las cosas que nos habían pasado durante el último mes. Estuve saliendo con una chica que conocí por Tinder, con la que no tuve una buena experiencia. Debo admitir que me flecho rápido y me costó identificar las señales negativas.


Mi amiga me conoce bien y sabe que es raro que me involucre tan rápido, lo primero que me preguntó fue: ¿Cuánto tiempo estuvieron hablando antes de salir? Y es que en verdad fue un proceso lento antes de tener la primera cita. Estuvimos hablando por chat durante 7 meses antes de vernos en persona. Fue un romance pandémico, de esos que todos ya debemos haber vivido. El chat, las video llamadas y los mensajes de audios se volvieron parte del proceso de feeling.


Hasta ahí todo bien. Ómicron nos obligó a crear el vínculo a distancia, pero se fue dando hasta el día en que nos vimos. Supongo que no podía esperar que las conversaciones en persona se dieran de la misma manera que en los chats o los audios. Pero no esperaba que en persona fuera tan reservada y poco comunicativa.


Como dice mi amiga: “No podemos fiarnos del gileo por chat”. Y es verdad. Los chats y audios se responden después de algunos minutos o incluso algunas horas. Misteriosamente, esto no hace que el proceso de comunicación sea más lento. Debe ser porque estamos acostumbrados a ese tiempo de espera para recibir una respuesta por los chats. Pero también es verdad que hay que ser muy creativo y astuto para mantener el ritmo en las conversaciones.


Por eso fue que no tome mucha importancia a la poca comunicación que me ofrecía Mariana en un principio. Seguimos saliendo y pasando el tiempo juntos. Pero después de vernos durante una semana, comencé a preguntar más y busqué que comparta opiniones conmigo. Recuerdo que tuvo un momento de lucidez en el que dijo algo como “no se me hace tan fácil como a ti, hablar de lo que pienso”. Lo entendí, pero no logré identificar en ese momento que ese sería un problema.


Un día en mi casa, comencé a contarle algo que me paso con unos ex amigos. Decidí alejarme de un grupo porque solían salir con varias chicas a pesar de tener enamoradas y sus planes de fin de semana eran los mismos siempre. Salir a una discoteca o bar, tomar y fumar. Hubo un punto de quiebre para mí, en el que decidí cortar la amistad con ellos porque no tenían los mismos intereses que yo. Mi intención al contarle esto era saber cuál es su postura moral, por lo que pregunté: ¿Qué opinas? Ella respondió muy cortante: “No tengo nada que opinar” A lo que yo fui más directo y dije: “Quiero saber cuál es tu postura moral frente a lo que te conté, me parece importante saber eso de ti”. Ella salió del tema diciendo: “No eran mis amigos, no tengo por qué opinar”. En ese momento miré hacia la ventana y cambié el tema para preguntarle por el cachorro que sus papás le regalaron.


Algunos días pasaron y ese tema de conversación no salía de mi mente. Cuando la volví a ver le pregunté directamente: ¿Qué opinas sobre las personas que tienen varias relaciones a la vez? Ella respondió: “Todos hemos hecho algo malo alguna vez”. Yo atiné a responder: “Entonces, ¿Debo entender que no te parece mal?. Ella dijo: “No he dicho eso”. Y si, ella no dice mucho. Pero yo sí. Le comencé a contar todo lo que opinaba sobre el tema, esperando que al terminar ella tenga algún tipo de respuesta que me permita entender cuál es su punto de vista sobre este tema. Puse en claro que me parecía muy importante saber eso de ella. Sin embargo, ella continuó sin exponer su postura.

Las cosas no mejoraron con el tiempo. Primero fue el tema moral sobre la infidelidad, luego sobre la ética en la sociedad y finalmente su postura frente a nuestra relación. Temas de los que no quería opinar. Comencé a pensar que el equivocado era yo al preguntarle tanto.


Al contarle todo esto a mi amiga surgió: ¡No Hernando! No estás equivocado. Tú le dijiste que era relevante para ti saber cuál era su postura frente a estos temas. Y está bien querer saberlo para conocerla mejor. De eso se trata la responsabilidad afectiva. Ella se involucró contigo en una relación y debe tomar consideración de lo que tú opinas. Así como tú has estado respetando su forma de opinar.

Hay un momento de inflexión para nuestra negación, usualmente lo hacemos por un motivo más grande que nosotros mismos. En mi caso puede ser el respeto, pero sea cual sea, es un punto en el que aceptamos la posición u opinión de otros y la tomamos en cuenta para convivir en armonía.


La responsabilidad afectiva nos permite ponernos en el lugar de nuestra pareja. Esto nutre a la relación y la hace más sólida con el tiempo. Ayuda a que las personas se conozcan más y, por tanto, haya menos conflictos a largo plazo.


Finalmente, mi historia no termino bien. Decidimos dejar de vernos y cada uno tomo su propio camino. Espero que esta crónica te sirva para identificar los puntos de inflexión en tu relación. Dejaré el link de una revista española especializada en temas del bienestar humano con un buen artículo sobre “responsabilidad afectiva”.



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Créditos: pagina Asiescancun.mx


 
 
 

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